“El buque fantasma” de Frederick Marryat
Mi fascinación por la leyenda del
holandés errante le trae de vuelta a este blog, en esta ocasión de la mano de Frederick
Marryat. Normalmente, el nombre de este autor suele aparecer como “Capitán Marryat”,
pero he preferido llamarle por su nombre de pila, porque en este blog todos
somos amigos. Escritor decimonónico, amigo de Dickens y pionero de las novelas
de aventuras marineras, (militares eso si), su novela “De grumete a almirante”
solía figurar en todas las colecciones de clásicos juveniles en mi niñez.
A la hora de escribir esta reseña, he releído la que escribí de "El barco de la muerte" de William Clark Russell. Me pregunto si no habré sido injusto con William Clark Russell. Reflexionaba en ella sobre lo mal que había envejecido y lo mal que envejece, en general, la ficción popular. Pero es que, en comparación con Frederick Marryat, William Clark Russell parece el mismísimo Benito Pérez Galdós.
Esta novela está presidida por la
mojigatería y la beatería. Los personajes, anclados en una perenne
autocompasión, lo único que saben hacer es rezar y dirigirse a Dios, en largos
parlamentos que declaman ya sea en soledad o en compañía, y que continúa el
narrador, cuando por fin se callan. Cuando expresan sus sentimientos, solo lo
hacen con palabras y son palabras de una cursilería deleznable. Literariamente
hablando, creo que esta novela carece por completo de valor.
Su argumento sigue las andanzas
de Felipe de Vanderdecken, el hijo del holandés errante, decidido a romper la
maldición que pesa sobre su padre, para lo cual debe llevar una reliquia que
perteneció a su madre al barco en que su padre navega eternamente. A tal fin se
embarcará una y otra vez, en barcos que naufragan inevitablemente tras su cruce
con el buque maldito.
Al lector moderno no podrá menos
que sorprenderle las habilidades marinas que adquiere Felipe: sin ningún tipo
de instrucción, simplemente acompañando al capitán de su primer viaje, aprende
todo lo necesario para navegar. Mas tarde, sin ningún tipo de examen, supongo
que simplemente por su fortuna, es nombrado capitán. Supongo que son cosas de
la época. Aparte de ello, sus preceptos morales son como poco flexibles. No le
preocupa lo más mínimo abandonar a su suerte, al soldado que les ha salvado la
vida “Es su destino, no volvamos a pensar en él”, o maquinar la muerte de los
marineros que le han separado de su esposa. En fin, cosas de la época supongo.
Dicha esposa es lo único parecido
a un personaje que se pasea por la novela y es sorprendente que un autor de
finales del siglo dieciocho y la primer mitad del diecinueve, elija como
heroína a una mujer árabe que no renuncia jamás a sus creencias, y a la que en
las últimas páginas ubica en el cielo, después de muerta. Dicho personaje,
curiosamente, hace unas críticas bastante certeras a la religión, que
contradicen el tono del resto de la novela, que su autor probablemente no se
dio cuenta de que son tan perfectamente aplicables al catolicismo como al
protestantismo, al anglicanismo y al Islam.
En fin, todo lo relativo a la
historia de amor es folletinesco y poco creíble. Avergonzaría a la propia Corín
Tellado. Por su lado, los detalles fantásticos son descritos sin gracia ni
interés. Es en las peripecias aventureras, donde el autor se defiende mucho
mejor y hace un alarde de ritmo veloz, tal vez incluso apresurado. Excepto por
la interrupción que hace justo antes del final, para contarnos un relato de
terror sobre una mujer loba que, aunque correcto, no viene a cuento e
interrumpe todo en el momento más inoportuno, los hechos se suceden
vertiginosamente, con un gran sentido de narración. Marryat se las apaña bien
inventando fregados en las que meter a su protagonista y también se las apaña
para sacarlo de ellos. Algunos de los naufragios por los que pasa Felipe son
dignos de Arthur Gordon Pym. Lo que se cuenta es interesante, aunque no lo sea
la manera en que se cuenta. La completa falta de artificios literarios se
convierte en estos fragmentos en una virtud, pues deja que los hechos hablen
por si mismos, sin dejar que su escasamente talentosa prosa los estropee.
Resumiendo, una novela de otra
época, en la que un lector moderno no encontrará ningún interés, salvo los
momentos en que cede todas sus supuestas ambiciones a favor de la clásica
novela de aventuras.
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