“Los viudos negros” de Isaac Asimov
No sé muy bien que he leído.
Conocía de la existencia de estos relatos, pero nunca he encontrado un ejemplar
de ellos, así que, mi contacto finalmente se ha producido a partir de dos
libros digitales que he encontrado por Internet. Tengo claro que no son la
totalidad, un vistazo a la wikipedia revela que existen más de sesenta relatos
de los viudos negros.
¿Quiénes son los viudos negros?
Son un club de amigos de ya mediana edad, que se reúnen para cenar una vez al
mes, normalmente, aunque no necesariamente en un restaurante. Uno de ellos
ejerce de anfitrión y puede traer un invitado, al que después de la cena se le
somete a un interrogatorio, que empieza obligándole a justificar su existencia.
El invitado suele tener un problema o una preocupación que presenta a sus
comensales. Es decir, les expone un misterio. Los viudos negros lo debaten, le
dan vueltas a los hechos conocidos, exploran las diferentes soluciones posibles
y, cuando parece que han llegado a un punto muerto, Henry, el servicial
camarero de sesenta años y miembro honorario del club interviene y resuelve el
misterio.
Un escenario único y un mismo
grupo de personajes. Con ligeras variantes, todos los relatos siguen el mismo
esquema, los miembros del club van llegando, intercambian pullas entre si, que
frecuentemente hacen referencia a anteriores relatos, se presenta al invitado y
empieza la charla. Al estilo predilecto de Asimov, son narraciones dialogadas,
en la que la conversación lo es todo. Literalmente, los personajes lo único que
hacen es hablar, pero nunca resulta un problema, los diálogos son amenos y
divertidos. Aunque recopilados, los relatos fueron pensados para publicarse en
revistas, con fácilmente meses de separación entre ellos, por lo que la repetición
de la misma fórmula no se haría repetitiva. En una antología si se corre ese
riesgo, aunque diré en descargo de Asimos que en ningún momento se me han hecho
pesados.
En estos cuentos, el buen doctor
vierte su amor por el género de misterio tradicional, por el relato-problema y
los detectives cerebrales y deductivos. Aunque curiosos, los enigmas son, a
menudo, un poco tontos, pequeñas obviedades, juegos de palabras y referencias a
la cultura popular de Estados Unidos. En no pocas ocasiones, la solución
resulta incomprensible para un lector europeo, cuya incomprensión se ve
agravada por la falta una mísera nota a pie de página que explique los juegos
de palabras o las referencias al baseball. A ello no ayuda la traducción de
Graciela Inés Lorenzo Tillard. Si los duendes digitales no se han entrometido,
es la peor traducción que he leído en años, plagada de equivocaciones, calcos lingüísticos,
incorrecciones gramaticales y sintácticas y puede que incluso faltas de
ortografías.
Un gran mérito de esta obra es
que, a pesar de todo ello, se disfruta, no tanto por la intriga, sino por el
humor que impregna sus páginas. Aunque un tanto esquemáticos, a los personajes
no se tarda nada en cogerles cariño y los cuentos se disfrutan más por las
chanzas que se reparten entre ellos que por el misterio en sí. Asimov construye
un lugar agradable, un rincón confortable al en el que el lector puede
refugiarse de los agobios de la vida cotidiana con un grupo de viejos amigos
entrañables. Un lugar imaginario al que siempre es grato regresar. ¿Quién
necesita una Tierra Media o una Federación Galáctica cuando puede tomarse una
copa después de cenar con Geoffrey Avalon, Emmanuel Rubin, James Drake, Thomas
Trumbull, Mario Gonzalo y Roger Halsted? Siempre, claro, que las copas te las
sirva Henry Jackson.
De estructura similar aunque no exactamente lo mismo, disfruté también un montón con los cuentos de la taberna del Ciervo Blanco, de Clarke.
ResponderEliminarAlb
Tambien recuerdo con cariño la taberna del Ciervo Blanco. Creo que se a lo que te refieres. Algo así también hizo Rodolfo Martínez en su ciclo de "Horizonte de sucesos", que bebía consciente e intencionadamente tanto a Asimov como a Clarke....y de las historias de un tal Trafalgar Medrano, inmortalizado por Angélica Gorodischer. A éste último no lo conozco.
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