“La dama y el recuerdo” de Silver Kane (Francisco González Ledesma)
Francisco González Ledesma es un reputado escritor de serie negra. Ganó el premio planeta con su novela “Crónica sentimental en rojo”. La leí de adolescente impresionable y no me causó mala impresión, aunque menor que la que me llevé cuando descubrí que había escrito novelas del oeste con el seudónimo de Silver Kane. Mis hermanos tenían un par de cajas de zapatos bajo la cama, llenas hasta rebosar con novelitas de cien páginas del oeste y de ciencia ficción. Recuerdo la fascinación que me provocaban las portadas de estas últimas, como, en cierto modo, me aterrorizaban. Mi madre acabó tirándolas antes de que tuviera edad como para leer ninguna, aunque en casa de mi abuelo encontré otro alijo y tuve oportunidad de leer unas cuantas del oeste. Entre ellas había alguna de Silver Kane.
De entre los escritores de bolsilibros del oeste, creo que Silver Kane es el mas popular hoy día. Cuenta entre sus nostálgicos con personajes conocidos, por ejemplo, el artista multimedia Alejandro Jodorowsky (si, ese mismo Alejandro Jodorowsky que tanto a contribuido a impedir que exista un cómic europeo de ciencia ficción de calidad) No era de mis autores favoritos, yo prefería el sentido del humor de Keith Luger, aunque Silver Kane siempre superaba al tedio monótono de Marcial Lafuente Estefania.
En cualquier caso, cuando en el 2010 Francisco González Ledesma se lanzó de cabeza a un proyecto en apariencia tan suicida, en el mercado literario español, como publicar un western y además hacerlo con su antiguo seudónimo, la cosa no pudo menos que llamarme la atención. Finalmente he conseguido leerlo.
“La dama y el recuerdo” no aburre, su ritmo es vertiginoso y el primer párrafo, ese que aparece citado en la solapa, es magnífico. Fin de sus virtudes. En cuanto a sus defectos ¿por dónde empezar? No parece que el autor tuviera muy claro la historia que quería contar, mas bien parece que se la vaya inventando por el camino. Este problema lo soluciona cambiando constantemente de escena y personaje. Al final consigue algo parecido a atar todos los cabos sueltos, pero no lo consigue del todo. Por ejemplo, nunca se explica que demonios hacia el personaje de Taylor en la casa de Ford y es un acontecimiento crucial para la trama, sin el cual no tiene mucho sentido.
En la novela, todas las mujeres están buenas y el modo en que el autor se recrea en sus encantos roza la vulgaridad. Llamadme mojigato si queréis. Los personajes, salvo los que son clichés del género, están muy exagerados, tanto para glorificarlos como para vilipendiarlos. Los malos son muy malos y se refocilan en su maldad como si fueran supervillanos de viejos cómics de superheroes. Los dos pistoleros protagonistas son pintados al principio como asesinos sin entrañas, para luego terminar revelándose como hermanitas de la caridad, respetuosos con las mujeres y aficionados a tocar la armónica, a los que solo les falta leer o escribir poesía. Todos ellos hablan igual, un defecto muy común y hasta cierto punto irremediable: salvo para genios como el Sapkowski, los personajes de un libro están condenados a hablar del modo en que escribe su autor. Unos escritores solventan esta dificultad mejor que otros, en este libro Francisco González Ledesma ni siquiera lo intenta. No es solo que todos hablen igual, es que hablan igual que el narrador.
Narrador con tendencia a retruécanos y golpes de efecto, supuestamente impactantes, que empiezan a cansar a partir del tercero. Narrador, también, muy repetitivo. Quién sabe si tendría que llegar a un número mínimo de palabras para conseguir que le publicaran, pero repite veinte veces lo mismo. En ocasiones es para retomar el hilo de lo narrado: termina una escena con un cliffhanger, cambia de escenario y, cuando vuelve, repite palabra por palabra las dos o tres últimas frases del final de la escena que quedó interrumpido. No es excusa, devalúa la experiencia lectora y es fácil de arreglar. También es dado a repetir machaconamente algún dato, generalmente las razones por las que alguien odia al villano de la historia, como si no se le ocurrieran mas formas de transmitir al lector ese odio.
Algunas subtramas parecen metidas con calzador. Mete a su propio alter ego, Silver Kane, como personaje de la novela y le dedica un capítulo casi entero, capítulo en el fondo irrelevante. La trama es una especie de folletín decimonónico, cuajado de secretos y supuestas sorpresas, aderezado con pistoletazos. Por desgracia, la fuente de inspiración no parece haber sido los grandes clásicos del western, sino los filmes mas oscuros y olvidables que alguna vez salieron de las profundidades del desierto de Almeria, junto con la obra de sus coetáneos. Los tiroteos son inverosímiles y exagerados y no falta el sello distintivo del tiro en la frente.
En fin que se encuentran presentes todos los defectos disculpables en una novelita de cien páginas, nacida sin otro propósito que ayudar a pasar una tarde de verano, pero que no son de recibo en un novela mas larga y ambiciosa. Yo esperaba algo parecido a las novelas de ciencia ficción de Angel Torres Quesada, que Felipe González Ledesma se hubiera dado el gusto de escribir el western que nunca le hubieran dejado publicar, en el que hubiera volcado toda el conocimiento y la sabiduría literaria adquirida a lo largo de tantos años. En vez de eso, me he encontrado con un bolsilibro alargado.
De entre los escritores de bolsilibros del oeste, creo que Silver Kane es el mas popular hoy día. Cuenta entre sus nostálgicos con personajes conocidos, por ejemplo, el artista multimedia Alejandro Jodorowsky (si, ese mismo Alejandro Jodorowsky que tanto a contribuido a impedir que exista un cómic europeo de ciencia ficción de calidad) No era de mis autores favoritos, yo prefería el sentido del humor de Keith Luger, aunque Silver Kane siempre superaba al tedio monótono de Marcial Lafuente Estefania.
En cualquier caso, cuando en el 2010 Francisco González Ledesma se lanzó de cabeza a un proyecto en apariencia tan suicida, en el mercado literario español, como publicar un western y además hacerlo con su antiguo seudónimo, la cosa no pudo menos que llamarme la atención. Finalmente he conseguido leerlo.
“La dama y el recuerdo” no aburre, su ritmo es vertiginoso y el primer párrafo, ese que aparece citado en la solapa, es magnífico. Fin de sus virtudes. En cuanto a sus defectos ¿por dónde empezar? No parece que el autor tuviera muy claro la historia que quería contar, mas bien parece que se la vaya inventando por el camino. Este problema lo soluciona cambiando constantemente de escena y personaje. Al final consigue algo parecido a atar todos los cabos sueltos, pero no lo consigue del todo. Por ejemplo, nunca se explica que demonios hacia el personaje de Taylor en la casa de Ford y es un acontecimiento crucial para la trama, sin el cual no tiene mucho sentido.
En la novela, todas las mujeres están buenas y el modo en que el autor se recrea en sus encantos roza la vulgaridad. Llamadme mojigato si queréis. Los personajes, salvo los que son clichés del género, están muy exagerados, tanto para glorificarlos como para vilipendiarlos. Los malos son muy malos y se refocilan en su maldad como si fueran supervillanos de viejos cómics de superheroes. Los dos pistoleros protagonistas son pintados al principio como asesinos sin entrañas, para luego terminar revelándose como hermanitas de la caridad, respetuosos con las mujeres y aficionados a tocar la armónica, a los que solo les falta leer o escribir poesía. Todos ellos hablan igual, un defecto muy común y hasta cierto punto irremediable: salvo para genios como el Sapkowski, los personajes de un libro están condenados a hablar del modo en que escribe su autor. Unos escritores solventan esta dificultad mejor que otros, en este libro Francisco González Ledesma ni siquiera lo intenta. No es solo que todos hablen igual, es que hablan igual que el narrador.
Narrador con tendencia a retruécanos y golpes de efecto, supuestamente impactantes, que empiezan a cansar a partir del tercero. Narrador, también, muy repetitivo. Quién sabe si tendría que llegar a un número mínimo de palabras para conseguir que le publicaran, pero repite veinte veces lo mismo. En ocasiones es para retomar el hilo de lo narrado: termina una escena con un cliffhanger, cambia de escenario y, cuando vuelve, repite palabra por palabra las dos o tres últimas frases del final de la escena que quedó interrumpido. No es excusa, devalúa la experiencia lectora y es fácil de arreglar. También es dado a repetir machaconamente algún dato, generalmente las razones por las que alguien odia al villano de la historia, como si no se le ocurrieran mas formas de transmitir al lector ese odio.
Algunas subtramas parecen metidas con calzador. Mete a su propio alter ego, Silver Kane, como personaje de la novela y le dedica un capítulo casi entero, capítulo en el fondo irrelevante. La trama es una especie de folletín decimonónico, cuajado de secretos y supuestas sorpresas, aderezado con pistoletazos. Por desgracia, la fuente de inspiración no parece haber sido los grandes clásicos del western, sino los filmes mas oscuros y olvidables que alguna vez salieron de las profundidades del desierto de Almeria, junto con la obra de sus coetáneos. Los tiroteos son inverosímiles y exagerados y no falta el sello distintivo del tiro en la frente.
En fin que se encuentran presentes todos los defectos disculpables en una novelita de cien páginas, nacida sin otro propósito que ayudar a pasar una tarde de verano, pero que no son de recibo en un novela mas larga y ambiciosa. Yo esperaba algo parecido a las novelas de ciencia ficción de Angel Torres Quesada, que Felipe González Ledesma se hubiera dado el gusto de escribir el western que nunca le hubieran dejado publicar, en el que hubiera volcado toda el conocimiento y la sabiduría literaria adquirida a lo largo de tantos años. En vez de eso, me he encontrado con un bolsilibro alargado.
Comentarios
Publicar un comentario