“La deriva” de José Antonio Cotrina


“La deriva” se trata de una de esas novelas de Cotrina orientadas a un público juvenil, que pueden ser perfectamente disfrutadas por un lector adulto. Mucho más breve que “La canción secreta del mundo” y con menos intriga y acción, pero también apasionante, a su modo. José Antonio Cotrina ha escrito la novela post apocalíptica más original que he leído, merced a su insólito narrador: Daniel, el fantasma de un adolescente que murió cuando cayeron las bombas.

A través de los ojos de Daniel asistiremos al comienzo de su “segunda vida”, su adaptación a la prolongación de su existencia y sus relaciones con otros fantasmas y, con el tiempo, al renacimiento de la civilización. o a su comienzo. También tendremos, hasta cierto punto, el inevitable triángulo amoroso, aunque la relación con uno de sus vértices esté hecha más de ensoñación que de realidad. Y es que, aunque tiene el aspecto de un chico, Daniel no es tan crio como parece, a fin de cuentas tiene más de cien años. Al comienzo de la novela se encuentra sumido en un estado melancólico y depresivo. A medida que pasan sus páginas, gracias al revulsivo que supone el contacto con los vivos, evoluciona de pasivo a activo, recobra el entusiasmo y va tomando cada vez más iniciativas hasta revolucionar toda su sociedad de ultratumba.

Si, no se me escapa la ironía, esta es la historia de como un muerto recupera la ilusión y las ganas de vivir (y también una historia de amor, de fraternidad y de guerra) Algo de lo que también había en “La canción secreta del mundo”: la reivindicación de la alegría de vivir y el sentido de la existencia, a pesar de su brevedad e insignificancia.

Está escrita con el buen hacer acostumbrado del autor. El hecho de que esté destinada a un público juvenil, también como de costumbre, no impide que haya escenas violentas cuando debe haberlas, ni que masacre sin piedad a personajes, vivos y muertos.

Lo peor para mí, son curiosamente, las escenas de acción, tipo enfrentamiento entre súper héroes, que no acaban de convencerme y que algún personaje secundario está tan poco perfilado que, cuando reaparecen por segunda o tercera vez y se les menciona solamente por su nombre, no se sabe de quien están hablando.

Lo mejor, muchas cosas. Para mi gusto, el capítulo “Un mar de estrellas” cuando Daniel se sumerge en la consciencia de Melmoth. Una preciosidad oigan, sólo por esas pocas páginas me hubiera valido la pena desembolsar el importe de todo el libro, me ha parecido un momento de quitarse el sombrero. Y el final, por supuesto. Es el final “feliz” más escalofriante que he leído. 

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