“Al final del invierno” de Robert Silverberg


Suele considerarse que el periodo dulce de la obra de Robert Silverberg fue el que transcurrió entre 1966 y 1976. “Al final del invierno” se publicó en 1988 y en casi todas las webs que he consultado se la considera una obra estimable, pero inferior a las de ese tiempo. A pesar de ello, es de las obras del autor que más he disfrutado durante este año. Cuenta la historia de una comunidad de seres humanos (seres humanos con pelaje, dotados del don de la telepatía, que reside en el “órgano sensorial”, que tiene todo el aspecto de ser una cola). La comunidad ha vivido encerrada en un refugio subterráneo durante milenios, después que una catástrofe sumiera la Tierra en una nueva era glacial. La novela sigue su odisea cuando salen al mundo de la superficie.

Es la historia de un pueblo que afronta el desafío de cambiar por completo su forma de vida, a través de los ojos de un buen puñado de personajes, todos ellos muy bien definidos y, a su modo, muy humanos. Mi favorito es el protagonista principal, Hresh el de las preguntas, devenido con el tiempo en Hresh el de las respuestas, consumido desde niño por el ansía de conocimiento, siempre desesperado por aprender más, muy sabio para su edad en algunos aspectos y muy inmaduro en otros. Incluso su tendencia a monopolizar el conocimiento adquirido me resulta muy humana.

Condición esta, la de la humanidad, muy importante en la novela. La revelación de la verdadera naturaleza del pueblo y como afecta a los protagonistas, es excelente. También me ha gustado que la novela transcurre en un futuro, tan, tan, pero que tan lejano, que la fauna de la Tierra ya no se parece prácticamente en nada a la actual y que en la época mítica anterior a la catástrofe, estaba habitada por más razas que la humana y, en principio, ésta no era la dirigente.

El libro está muy bien escrito, la prosa de Silverberg brilla especialmente en los momentos oníricos y visionarios, como tiene por costumbre. Cierto que, como también tiene por costumbre, son un poco artificiosos. Exudan sentido de maravilla, pero también son un recurso facilón para hacer avanzar la historia o solventar un problema. En ese sentido, lo que menos me ha gustado es el final. Hresh resuelve la situación más desesperada a la que su pueblo se ha enfrentado jamás con poco más que pase mágico de manos. Literalmente, se saca un conejo del sombrero que lo arregla todo.

Existe una continuación, inédita en España. Parece que Silverberg tenía prevista una trilogía que abandonó a causa de la poca recepción obtenida, lo que es un poco injusto, puesto que he leído trilogías, tetralogías y hexalogías mucho peores. Es fácil inferir por donde irían los tiros de la continuación y un vistazo a Internet confirma dicha suposición. Aún así, el desenlace es lo suficientemente cerrado para hacerla innecesaria.

Por último, añadiré que no he encontrado nada demasiado sexista en el libro. Los personajes femeninos positivos superan a los masculinos (aunque en el fondo sólo haya uno auténticamente negativo) y la sociedad del pueblo es un matriarcado.

Con tanto a su favor ¿porqué esta obra ha sido tan minusvalorada que nunca se la incluye entra las listas de lo mejor de Silverberg mientras que “El libro de los cráneos” si? Creo que se debe a su longitud y a su ritmo. Me ha llevado mucho tiempo leer “Al final del invierno”. Es un libro largo, que está narrado de un modo muy pausado, con lo que no sería de extrañar que muchos lectores se aburran. Quizá la razón de mi entusiasmo se deba a que he tenido la suerte de leerlo precisamente al ritmo que la obra requiere.

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