“El largo viaje a un pequeño planeta iracundo” de Becky Chambers

Esta novela cuenta las vivencias de la tripulación multi especie de una nave espacial. Una fórmula que ha sido explotada con eficacia en innumerables series de televisión, no todas ellas de Star Trek. La originalidad de la novela reside en dos puntos:

En primer lugar, la Peregrina no es una nave de guerra, ni un buque científico, ni el arca que acoge a los supervivientes de una hecatombe, ni el refugio de unos náufragos estelares. Por no ser, ni siquiera es el hogar de una banda de fugitivos, atracadores y contrabandistas. Es simplemente una “tuneladora” que construye los agujeros de gusano que usan otras naves para circular por la galaxia, tripulada por un variopinto grupo de curritos.

En segundo lugar, en el universo la novela, los humanos no somos ni los reyes del de la creación ni una plaga a exterminar por civilizaciones de máquinas avanzadas. Existe una confederación galáctica y la especie humana forma parte de ella, pero es una especie de segunda fila, sin importancia política, militar o científica. En otras palabras, somos irrelevantes.

El atractivo de la novela reside en los personajes y su facilidad para hacerse entrañables. La pega que se le puede poner es que todos ellos son demasiado majos. No me entiendan mal, no hay absolutamente nada aburrido en la bondad y la tolerancia. Pero esa tolerancia y comprensión que se dispensan unos a otros, elimina cualquier posibilidad de conflicto. Los protagonistas me caen bien, me gustaría irme de copas con ellos o incluso de vacaciones, pero me cuesta mucho encontrar un motivo para seguir leyendo ellos y sobre lo que les pasa. Sobre todo porque no les pasa demasiado.

La situación se corrige parcialmente en la segunda mitad de la novela, en la que se producen revelaciones interesantes sobre algunos de ellos y Becky Chambers nos cuela sutilmente algunas reflexiones interesantes sobre las relaciones entre especies y las relaciones personales, a secas. Además, casi al final, hay un, un ÚNICO, momento de peligro que anima la movida, aunque el adversario, introducido únicamente para provocarlo y que luego no vuelve a aparecer, parece un personaje pegote, improvisado a última hora.

La alarmas, las luces que se encienden en los paneles de mandos como si fueran un árbol de navidad, los zarandeos y las averías detectadas, cantadas a voz en grito en medio de chapuzas heroicas y sin sentido, son recursos que funcionan bien en el cine y la televisión, pero no tanto sobre el papel. Aún así, cumplen su cometido.

Un mensaje tolerante, incluso pacífico, algunos alienígenas muy chulos y unos personajes simpáticos, cofiguran una novela agradable y fácil de leer, a pesar de la falta de acción, a la que sólo se le puede objetar que no deja demasiado poso.

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