“Luna roja” de Kim Stanley Robinson


Si esta novela hubiese sido escrita por un autor español, habría pensado que era una obvia maniobra comercial. En los últimos tiempos, dos de los grandes éxitos en el mercado de ciencia ficción nacional han sido las novelas chinas y la saga lunar de Ian McDonald. Pues hagamos una novela de chinos en la Luna y lo petamos. Empero, viniendo del otro lado del charco y, con lo que le cuesta documentarse al autor, no creo que ese sea el caso.

Antes de empezar a hablar de la novela en cuestión, dejemos clara una cosa: “Luna roja” es una novela aburrida. Nadie debería sorprenderse, es una novela de Kim Stanley Robinson y eso es sinónimo de aburrimiento. A Kim Stanely Robinson le leo si encuentro interesantes los temas que trata en sus novelas, pero sé en lo que me estoy metiendo cuando abro un libro suyo y no tendría sentido quejarse, aunque me temo que lo voy a hacer.

Los aspectos que intento valorar habitualmente, que si el estilo, que si los personajes, el ritmo,… no tienen sentido en esta reseña. No leo a Kim Stanley Robinson por eso, sino para leer descripciones de los paisajes del sistema solar, habitáculos espaciales y reflexiones político ecológicas.

En ese sentido, “Luna roja” ha supuesto una pequeña decepción.

La novela empieza bien, para ser de quien es. Se nos cuenta un alunizaje bastante novedoso y hay unas buenas descripciones de como sería la experiencia de moverse por primera vez en la baja gravedad de la Luna. Tiene lugar un asesinato y uno de los protagonistas es inculpado. La cosa pinta amena. ¿Conseguirá Kim Stanely Robinson contar una historia entretenida por una vez en la vida? ¿Nos espera una versión de “El fugitivo” en la Luna? ¿Aplicará el esquema del falso culpable de Hitchcock a la trama? Vanas esperanzas.

A la hora de la verdad, “Luna Roja” se compone de tres tramas paralelas:

Las conversaciones entre una analista de inteligencia y una IA. Sirven para separar los otros capítulos y para hacer que la IA haga de Deux ex machine, al final.

Los vagabundeos de los dos fugitivos protagonistas. La mayor parte del tiempo se limitan a ser empaquetados de un lugar a otro, sin que quede muy claro porque y sin que puedan tomar decisiones sobre su destino.

Los paseos de un experto en Feng Shui. Tiene pinta de ser un personaje de la novela “Antártida” que no he leído, porque repite varias veces que viajó a dicho continente. También tiene su importancia al final, pero sus capítulos son gloriosamente irrelevantes. Proporcionan alguna información sobre la situación global, pero el 90% de su contenido es paja, morralla, relleno… Úsese el sinónimo que se prefiera.

O sea, que “Luna roja” consiste, fundamentalmente, en un autista y una mujer insoportable, made in Robinson, moviéndose por distintas localizaciones, sin tener claro el porqué ni un objetivo muy definido, y encima, estos vagabundeos no para de ser interrumpidos por capítulos en los que no ocurre nada.

Y dije que no me iba a quejar.

Lo peor es que, bastante pronto, la acción se traslada a la Tierra.

¡ME HAN ENGAÑADO! Yo quería una ambientación lunar asfixiantemente detallada, sólo por eso lo estoy soportando.

Afortunadamente los protagonistas acaban volviendo a la Luna, pero después de más páginas de las que me hubiera gustado. Por cierto, la chica de la historia está embarazada, a punto de salir de cuentas y todas esas aceleraciones brutales y cambios de gravedad no parecen afectar a su bebé.

Llegado este punto, uno ha comprendido que este libro, más que sobre la Luna, va sobre la China. Robinson se centra en intentar diseccionar la idiosincrasia del pueblo chino y a citar a Mao, en vez de describir colonias en otros planetas, que es lo que se le da bien. Supongo que también hay gente que lo encontrará interesante. Personalmente, siempre he encontrado esos análisis ingenuos y redduccionistas, como un turista que después de una semana en Irlanda alardea del modo en que ha calado a los irlandeses. O a los ciudadanos de cualquier otro país. No tengo claro que los países tengan personalidad propia, pero si tengo claro que, de ser así, no puedes llegar a entenderla más que viviendo veinte años en ellos y moviéndote mucho por su geografía.

Resumiendo, la carga especulativa, que es lo que las hace soportables, es mucho menor de lo que suele ser habitual en las novelas de Kim Stanley Robinson, que esta vez se ha centrado más en la política que en lo científico y tecnológico. La historia, por supuesto, carece de interés y además se termina de un modo tan abrupto que uno no puede evitar preguntarse si habrá una segunda parte.

Lo mejor: la descripción del cráter libre y alguna cosa curiosa sobre las monedas electrónicas. También hay reflexiones interesantes sobre la crisis de representatividad que parece estar afectando al mundo hoy, no dentro de cuarenta años. Lo peor: todo lo demás.

Si a Kim Stanely Robinson le da por continuar “Luna Roja”, se de uno que no se va a leer la secuela.

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