“Camino desolación” de Ian McDonald



Después de completar la lectura de la trilogía lunática de Ian McDonald, supe que no volvería a leer novela suya en mi idioma, a menos que transcurriese en el mismo universo, lo que sospecho que ocurrirá dentro de poco, con la publicación de una novelette a doble espacio, con una letra inmensa. Pero Ian McDonald llevaba años escribiendo, antes de dedicarse a organizar culebrones en nuestro satélite y tiene tres novelas publicadas en nuestro idioma. Sus novelas sobre la India y Brasil no acaban de llamarme la atención, pero la obra que nos ocupa era harina de otro costal.

“Camino desolación” en una novela peculiar. Novela de novelas, historias dentro de historias, historias que se entrecruzan y contienen a otras historias, pero que acaban confluyendo, como ríos en el mar, una especie de “Mil y una noches” marciana, aunque la obra con la que más se la compara es con “Cien años de Soledad” de Gabriel García Márquez. 

Han pasado muchos años desde que leí la magna obra del nobel colombiano. Me gustó tanto y es una obra tan distinta a las lecturas que suelen gustarme, que siempre me ha dado miedo volver a leerla. Por lo que recuerdo de ella, existen numerosos paralelismos con “Camino desolación”, en el argumento y el contenido.

“Camino desolación” cuenta la historia de un pueblo del desierto de un Marte terraformado. Nacimiento, crecimiento, auge, declive y destrucción. Empieza cuando un viajero, obsesionado con los viajes en el tiempo, al estropearse su vehículo, se ve obligado a asentarse en un pequeño vergel construido por una máquina terraformadora moribunda, junto a una vía de tren. El azar irá trayendo a otros colonos a este pueblecito insignificante, cada cual con sus particularidades, sus pasados y, con el tiempo, sus rivalidades. Los primeros capítulos glosan la historia de cada uno de estos peculiares personajes. El tono en el que están escritos es particular, como si fueran leyendas o cuentos de hadas. Es el futuro lejano, contado como si fuera un pasado legendario, desde un futuro todavía más lejano.

Los personajes adoran a santas que parecen inteligencias artificiales y a ángeles que parecen robots, o, al menos, humanos sintéticos. Saben, o intuyen, que hay explicaciones tecnológicas para los prodigios que encuentran en su vida cotidiana, pero también que son incapaces de entenderlas y las toman como milagros cotidianos. Lo mismo debe hacer el lector, aunque haya momentos que desafíen su “suspensión de incredulidad”, como ese fantasma que es llamado como testigo en el juicio de su asesinato, o el hombre que es capaz de herir y matar con su sarcasmo.

El hilo de la narración se enreda y desenreda. Prácticamente todo lo que puede ocurrir en una novela, ocurre en “Camino desolación”. Hay muchos personajes y muchas veces no parece que interaccionen entre ellos, o las peripecias de alguno resultan particularmente delirantes, asemejándose a tomaduras de pelo. Durante buena parte de la obra, parece que no haya ningún objetivo, o que la trama no vaya a ningún lado, sin embargo acaba haciéndolo y sus innumerables personajes acaban enfrentando todos un destino singular, no justo, pero si apropiado. La prosa de Ian McDonald se las arregla para mantener el interés durante los momentos más flojos de la obra, siendo a veces intimista, otras poética, irónica en ocasiones y otras más bien chapucera. Siendo el aspecto más atractivo de la novela, puede llegar a ser su peor enemigo, por lo caótica que resulta. La mayor parte del tiempo, escribe al estilo de los cuentos de hadas, pero luego se detiene a contarnos una huelga y sus consecuencias, de un modo que parece una novela histórica situada a comienzos del siglo XX. Curiosamente, el único momento en que llegó a fatigarme fue la transcripción de una épica batalla, con abundante utilización de gadgets tecnológicos y maquinaria militar. Estoy seguro de que hay lectores que buscan precisamente esos momentos en sus lecturas y que fueron los que los aficionaron a la ciencia ficción, pero, en mi caso, empiezan a resultarme pesados.

Ian McDonald escribe a su aire, sin preocuparse por los convencionalismos. O inventándoselo todo sobre la marcha, que quizá sea decir lo mismo. Transcribiendo al papel lo primero que pasa por su cabeza. A veces se detienen en detalles aparentemente insignificantes, pormenorizadas descripciones de lugares que nunca se visitan y hay muchas enumeraciones. La enumeración es un recurso estilístico que hay que manejar con mucho cuidado. Requiere inventiva y un amplio vocabulario y no hay que repetirlo demasiado, pues pierde el efecto sorpresa y se hace pesado. Yo incluso recomendaría utilizarlo una sola vez por novela. A Ian McDonald le sobran inventiva y vocabulario, pero hay demasiadas enumeraciones en este libro.

La lectura de “Camino desolación” es una experiencia desconcertante, no apta para todos los paladares, a pesar de su desbordante imaginación y su innegable calidad literaria. Un castillo de naipes, que a pesar de todo, se sostiene en pie. Una novela extremadamente irregular, pero tan personal e irrepetible que parece increíble que no haya generado su propio culto dentro del famdom, que se pase las horas muertas discutiendo por Internet los detalles más triviales de la trama y añorando una adaptación televisiva que los defraude.

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