“Ingenieros del Cosmos” de Clifford D. Simak

Entrañable space opera que reúne muchos de los defectos que arrastraba el género en sus inicios, pero también muchas virtudes propias y originales que debieron de hacerla única en su momento. El argumento es de una complejidad imposible de resumir en pocas líneas, por la cantidad de giros inesperados y golpes de timón que atesora. Simplificándolo mucho, podríamos decir que los protagonistas son requeridos por unos alienígenas misteriosos, los “Ingenieros del Cosmos” para colaborar en la salvación del universo, que está a punto de colisionar con otro universo. 

La novela se publicó originalmente en 1939, así que Clifford D. Simak se adelantó tanto a la serie de televisión “Fringe” que empezó a emitirse en 2008, como al cómic “Crisis en las tierras infinitas”, que se publicó en 1985. O al Doctor Who, que empezó a lidiar con este tipo de enredos cósmicos en 1963. 

Más sorprendente aún es que la sorpresa final, que es más o menos es anticipada por el lector desde las primeras páginas, no podría tener lugar sin la existencia del ADN, aunque no se le menciona y el papel exclusivo del ADN en la heredabilidad no fue confirmado hasta 1952. 

Además, los protagonistas son liderados por una mujer, Caroline Martin, algo que debió ser insólito en la época en que se publicó la novela. Una mujer científica, para más señas. Y que acaba de pasarse mil años en animación suspendida, desconectada de sus sentidos pero completamente consciente, pero no hurguemos en eso. 

Los héroes se defienden empleando su inteligencia, no sus puños. La violencia es muy escasa en esta obra, hay batallas espaciales pero los protagonistas no participan en ellas directamente y el único combate físico se resuelve con una elipsis que evita el chorreo de la sangre. Es un entretenimiento civilizado, una novela optimista que apela a los más altos principios del ser humano, en vez de a sus instintos más bajos y destila confianza en el futuro de nuestra especie. No es que comparta las esperanzas del autor, pero su optimismo me ha resultado refrescante. 

También es una novela pletórica de tecnojerga y ciencia descabellada. Tal vez no tan descabellada como otras, me da la sensación de que Simak había oído sonar las campanas, pero sus conocimientos de solfeo no le permitían descifrar la partitura. Tiene algunas intuiciones sorprendentes y juega con conceptos tan grandiosos que a veces logra apabullar al lector, pero la mayor parte del tiempo sólo está diciendo memeces y dedica muchas, muchas páginas a esas memeces. Es el principal defecto de la novela, la cantidad de palabras que malgasta en justificaciones supuestamente científicas de lo que está ocurriendo, algo aburrido e innecesario. El lector de este tipo de novelas ya asume que lo que ocurre tiene poco sentido, lo que importa es que mole. 

Otro problema es lo empanado que resulta el personaje de Gary Nelson, el protagonista masculino. Tiene que serlo, porque todas las reflexiones sobre el destino de la especie humana se originan en su cabeza, pero, en la vida real, eso significaría que cada diez minutos el bueno de Gary se quedaría embobado, con la mirada pérdida y la boca abierta, hasta que alguien le diera un codazo y que le hiciera volver al presente. Capítulo tras capítulo se obstina en abstraerse pensando en que los hombres siempre marcharán en cruzadas. Simak entiende una cruzada como una batalla que se emprende impulsado por tus creencias, no como una horda de fanáticos sedientos de sangre espoleados por un líder religioso. Es curioso como envejecen los símiles. 

Y un último problema, aunque menor, es que, como explica Francisco Arellano en una nota a pie de página, los capítulos XIII, XIV y XV son un añadido posterior a su primera publicación, en formato de serial, en 1938. Probablemente un añadido destinado a engordar el número de páginas para permitir su publicación en forma de libro. No aportan nada, aunque son unos capítulos entretenidos. Tienen un sorprendente parecido con el capítulo de la serie original de Star Trek “Arena”, que a su vez se inspiraba en un relato de Fredric Brown, pero la primera edición en libro de “Ingenieros del Cosmos” es de 1950 y el capítulo se emitió en 1967, así que, una vez más Clifford D. Simak se anticipó. 

Llegado el momento de decidir si recomendar o no su lectura, realmente no sé que decir. Yo me lo he pasado muy bien leyéndola. En determinado momento, Gary y Caroline utilizan un artilugio creado por los Ingenieros del Cosmos que permite visitar los mundos probables que podrían llegar a existir pero que todavía no existen. ¿A quien se le pueden ocurrir estas ideas? ¿Acaso no molan? Aún en su ingenuidad, ese viaje está plagado de melancolía y sentido de maravilla. Si, lo sé. Los personajes son flojos y esquemáticos. La cháchara supuestamente científica aburre. Puede que la novela no tenga interés más que el puramente histórico, un pequeño paso en la maduración de su autor y del género. Aún así entretiene, que es su objetivo y refleja el atractivo de otros tiempos, más ingenuos. Es una obra primeriza y desfasada, pero con encanto.

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