“Un circo infernal” de Poul Anderson
Segunda entrega, en orden cronológico, de las aventuras de Dominic Flandry.
En esta ocasión, Flandry, todavía un joven oficial relativamente inexperto, acepta la oferta de un cabecilla del hampa local para, durante una de sus patrullas, realizar un reconocimiento sobre un antiguo asentamiento minero abandonado.
La introducción Javier Jiménez Barco ya nos avisa de que se trata de una expansión de una novela corta, “La guerra del rey blanco”, lo que se traduce en que se compone de dos partes diferenciadas, dicha novela y un añadido posterior. Ambas partes están perfectamente integradas. De no saberlo, simplemente habría pensado que se compone de dos partes.
La primera parte, “La guerra del rey blanco” me ha encantado. Quizá una persona más despierta se hubiera olido desde el comienzo lo que ocurría, pero, en mi caso, fue una de esas lecturas en las que, cuando las piezas empezaron a encajar en mi cabeza, no pude contener una carcajada de incredulidad.
Su continuación es menos alocada, pero no menos imaginativa. Contiene la descripción más fascinante de un mundo alienígena que he leído últimamente, uno cuya órbita provoca enormes fluctuaciones de la temperatura entre el invierno y el verano, situación a la que las formas de vida inteligentes se han adaptado recurriendo a la hibernación (es más complicado que eso, pero para los detalles hay que leer el libro), de modo que dos especies diferentes comparten los mismos asentamientos en diferentes épocas del año. Anderson especula también con distintos modos en que la vegetación y la fauna pueden haberse adaptado a las temperaturas extremas. La única pega a esta brillante descripción de un ecosistema imaginario es que su relación con la trama principal no es tan profunda como debería.
Quede claro que “Un circo infernal” es una excelente novela de aventuras de ciencia ficción. Su ritmo es impecable, la intriga y la aventura están bien dosificados, los aprietos por los que pasa el protagonista son emocionantes y no le falta sentido de maravilla. La única pega que le veo a la historia es cuando uno de los personajes desarrolla de repente poderes extraordinarios, aparentemente debido al empleo por parte de uno de los adversarios de la ¿magia negra? Sin embargo, la edición de Los libros de Barsoom padece del mismo problema que la anterior entrega de Flandry: la traducción de Carlos Saiz Cidoncha. Después de los dos primeros capítulos, en los que parecía haberse enmendado, reaparecen los adverbios colocados en los lugares más insólitos, la confusión entre pretéritos y participios y los falsos amigos traducidos de forma literal: “Se me permite comenzar con una sugestión” dice Flandry en la página 108. Si es que suena mal y todo. A pesar de ello “suggestion” aparece traducido como “sugestión” en lugar de como “sugerencia” al menos dos veces, como ya ocurría en “Alférez Flandry”. La traducción también se empeña en usar “grosero” como sinónimo de “aproximado”, aquí no tengo ni idea de que pudo decir el original ¿tal vez “grosso modo”?
Da la sensación de estar leyendo un borrador, unas pruebas de galera, que necesiten todavía una última revisión. ¿Cómo si no puede entenderse entonces la página 143, en la que se dice: “Su mano derecha aferró la garganta de Cnif. Su derecha, provista de la piedra, apuntó la unión entre la mandíbula y la oreja”. Repito que no se lo que pondría en la edición original, pero si en ella Poul Anderson dotó a Dominic Flandry de dos manos derechas, creo que es uno de esos momentos en los que está justificado que el traductor se tome alguna libertad.
Otro problema es lo trasnochada que está ya la personalidad del héroe protagonista, detalle ante el que supongo que tendré que cerrar mis ojos metafóricos para disfrutar de las futuras entregas. Flandry se comporta de un modo tan pagado de sí mismo, tan chulillo y sobre todo, tan sexista, que a veces roza la vulgaridad. Por momentos parece que uno esté leyendo una fantasía onírica de Zapp Brannigan.
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