“Otros días, otros ojos”. de Bob Shaw



Esta novela parte del descubrimiento del “vidrio lento” o “retardita”. Por lo que entiendo una especie de cristal que retarda el paso de la luz a través de él, en periodos que pueden variar entre unos pocos segundos y años enteros. En definitiva, una ventana que permite contemplar el pasado.

Tan aficionados como somos los amantes de la ciencia ficción a inventar etiquetas, es raro que entre tanto “space opera”, “hard”, “cyberpunk”, “ucronías” y “distopías” (¿Qué fue de la anti-utopías?), todavía no hayamos inventado una para referirnos a ese subgénero que narra todas las consecuencias que tienen sobre nuestro planeta y nuestras sociedades un descubrimiento o una invención, llevando la idea hasta sus últimas consecuencias. El día en que se patente ese subgénero, sin duda esta novela aparecerá como una de sus pioneras en las futuras listas a confeccionar.

No entraré en si esto es ciencia ficción o fantasía, puesto que toda la literatura es fantasía, especialmente las autobiografías de personajes públicos. El vidrio lento me parece considerablemente improbable, sus aplicaciones no, aunque me gustaría discutirlo con alguien con mayores conocimientos de óptica, su uso como cámaras no me convence, pero no controlo el tema, he visto imágenes de documentales rodadas con cámaras auténticamente diminutas, pero las cámaras hay que orientarlas y enfocarlas y su radio de alcance es limitado. Salvo por eso, el trabajo de Bob Shaw me parece sobresaliente, imaginando aplicaciones del vidrio lento, con algunos usos muy originales y otros decididamente perversos, muchos de los cuales han sido hechos realidad, o van camino de ello, por otras tecnologías más banales. Partiendo de esta idea tan sencilla, aunque fascinante, Bob Shaw hace un despliegue de imaginación portentoso, que contiene más sentido de maravilla que muchas e interminables sagas.

Por desgracia, aquí acaba lo bueno. No es que la novela esté mal escrita, sino que está mal estructurada, casi no tiene estructura de hecho. Shaw no acertó a decidir con brillantez cuales eran los hechos que quería contar, que pretendía contar con ellos y como enlazarlos unos con otros.

La novela es eso que llaman un fixup se ha confeccionado agrupando un conjunto de relatos relacionados, que se han insertado en una historia que sirve de nexo de unión a los mismos. Los relatos son buenos, o incluso muy buenos, originales, plantean dilemas éticos y preguntas interesantes y consiguen dotar de humanidad a sus esquemáticos personajes, trazados con pocas pero firmes líneas. No ocurre así con la historia que sirve de nexo de unión. Se me ocurren pocas cosas menos atractivas que las peripecias sentimentales del matrimonio Garrod. Ninguno de los dos cónyuges me ha resultado un personaje interesante, y no hablemos de la idealizada Jane Wason. Eso sí, no los he encontrado tópicos, ni a ellos ni a su enfermiza relación, pero tal vez sea porque no leo novelas románticas. En cambio el romance entre Garrod y Wason me resulta inverosímil. Como ya me percaté en “Periplo Nocturno” Bob Shaw parecía creer en el amor mutuo y correspondido, a primera vista. No es mi caso.

El final me resulta desconcertante, porque casi en el mismo párrafo, pasa de enfocar un cambio profundo que acaba de afectar inexorablemente a toda la humanidad como algo terrible, a algo positivo y deseable.

No hay mucho más que decir. La imaginación de Bob Shaw hizo un gran trabajo en esta novela, pero le falló la habilidad literaria. Aún así, tiene muchos aspectos salvables: es corta, amena, los relatos están muy bien y la trama principal, cuando se olvida de los problemas maritales de sus protagonistas, tiene sus momentos de brillantez.

Como curiosidad, terminaré reseñando que Stephen Baxter y el mismísimo Arthur Clarke perpetraron un plagio-homenaje reconocido de esta novela, titulado “Luz de otros días” que tuvieron el buen gusto de dedicarle a Bob Shaw. No lo he leído, pero se dice que es mejor que el original.

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