“La odisea de Green” de Philip José Farmer

Hubo un tiempo en que hubiera declarado que Philip José Farmer era mi escritor de ciencia ficción favorito. Me temo que tal afirmación se debía a que uno de mis hermanos era un gran fan suyo y por entonces calcaba todas mis opiniones de las suyas. Debido a su admiración le regalé todos los libros de la serie de “La mazmorra” creyendo erróneamente que los había escrito Farmer. Espero que algún día pueda perdonarme.

Me gustaron mucho los cinco libros de la serie de “El mundo del río”, aunque en retrospectiva, las mini-biografías de los personajes reales pueden hacerse un poco pesadas. Guardo un recuerdo maravilloso de “Noche de luz” y “Las ballenas volantes de Ismael”. Literalmente. No me refiero sólo a que recuerde que me gustaron mucho, sino a que las recuerdo como cumbres del sentido de lo maravilloso. “Mundo de día” me pareció original e imaginativa, aunque más curiosa que apasionante. Tanto ella como su secuela eran muy entretenidas. Nunca fui capaz de encontrar el tercer ejemplar de la serie. Ni siquiera en inglés.

“Los amantes” me parece sobrevalorada. “Mundo infierno”, que ha sido recientemente republicada por Gigamesh, también es original e imaginativa, supone un claro precedente de su saga del “Mundo del rio” y me pareció mala de solemnidad. Pero la que ya me resultó inaguantable fue “Lord Tyger” y lo peor de todo era que la publicidad decía que se trataba de la mejor obra, literariamente hablando, de Philip José Farmer. Por cierto que lo mismo dice el artículo de David Pringle y Johhn Clute que sirve de introducción a “La odisea de Green”.

Llegué a la conclusión de que Philip José Farmer era más un escritor de fantasía que de ciencia ficción, que en vez de hundir las raíces de su inspiración en las leyendas medievales, lo hacía en la cultura popular, en los pulps principalmente. Y que yo no compartía su fascinación por Tarzán.

El correr de los años transforma el rencor en nostalgia y me he acercado ilusionado a esta novela, esperando un reencuentro feliz.

“La odisea de Green” es una de las novelas burroughsianas de Farmer, como “El dios de piedra despierta” o “Las ballenas volantes de Ismael”. Con lo que quiero decir que es la historia de un terrestre lleno de recursos que da con sus huesos en un mundo alienígena, aunque poblado por seres humanos, o tan parecidos a los humanos que la distinción resulta ridícula. Como el Flash Gordon de Alex Raymond, que, por supuesto, también era un héroe burroughsiano. Alan Green incluso se parece físicamente a Flash Gordon, es rubio y musculoso.

Aunque ahí acaba el parecido. Farmer intenta romper algunos de los clichés del subgénero, con un protagonista más humano y menos aguerrido. Alan Green no es un astronauta, un explorador o un guerrero, sino un mero pasajero, que sobrevive a un accidente espacial en un mundo bárbaro y supersticioso, de tecnología apenas medieval. Sus habilidades marciales son más bien escasas y no tiene unos conocimientos científicos inusitados. Tropieza, cae y se da de morros bastante a menudo. Cuando empieza la novela lo encontramos esclavizado y convertido en amante forzoso de una aristócrata a la que detesta, a la vez que casado con otra esclava, madre de varios hijos, tan atractiva como dominante y de la que parece aterrorizado, porque es mucho más inteligente que él.

¡Que contraste con el típico héroe mesiánico del que se enamoran todas las princesas!

A pesar de estas buenas intenciones y de un cierto sentido del humor, la trama no tarda en encarrilarse por senderos más trillados cuando el personaje principal se embarque en un largo viaje, a bordo de un ¡barco terrestre! montado sobre ruedas.

Hago un inciso para detenerme en la creación más sorprendente del libro: el Xurdimur, una llanura de quince mil kilómetros de longitud, absolutamente llana, un auténtico mar de hierba, cruzado por barcos sobre ruedas, piratas e islas móviles, como no, habitadas por caníbales. No se puede negar a Farmer la potencia de su imaginación y si algo perdurará en mi recuerdo de esta novela, será este magnífico escenario, más que las peripecias de Alan Green.

Dichas peripecias, una vez embarcado, siguen un patrón episódico, muy habitual en las antiguas novelas de aventuras, quizá por su origen folletinesco, en el que el protagonista se enfrenta a una sucesión, aparentemente interminable de desafíos, unos más graves que otros, de los que siempre sale victorioso, hasta llegar a la conclusión, con muy poco sentido de progresión dramática. La verdad es que algunas de sus estrategias para salir victorioso son bastante pueriles y que en toda la novela no aparece un gran villano, digno de convertirse en la némesis de un héroe, a pesar de todo, demasiado acartonado.

A pesar de las buenas intenciones iniciales del autor, Green se comporta como un héroes muy convencional. A peor, Farmer no acaba de dotarlo de carisma, convirtiéndolo en un mero vehículo con el que recorrer situaciones de riesgo, en todo similar a otros héroes posteriores suyos. Resulta demasiado pragmático, demasiado calmado, incluso cuando afronta conflictos sentimentales que podrían resultar desgarradores (abandonar a una hija pequeña, nada menos). Green no parece afectado, no parece que le afecte nada, excepto los reproches de su mujer y no logra implicar al lector, más allá de la rutina.

Aunque la “Odisea de Green” está escrita con notable fluidez, adolece de una cierta bisoñez y apresuramiento, comprensibles en una primera obra. Hay soluciones improvisadas e inverosímiles, personajes poco definidos y descripciones confusas. Farmer se lía la manta a la cabeza en algunas escenas de acción, que resultan difíciles de entender y se esfuerza tanto en ser claro, que resulta farragoso y confuso, véanse los pasajes en los que el protagonista su tiempo y el del lector en orientándose.

A pesar de estos defectos, el resultado es una novela entretenida y agradable, que se lee con tanta rapidez como se olvida, ideal para leer en el metro, al regresar a casa después de un día de trabajo agotador. 

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