“El mar de hierro” de China Miéville


Si hay algo que se le da bien a China Miéville es la construcción de escenarios, tan imaginativos como detallados. Demasiado detallados incluso. En ésta, su segunda incursión en la literatura destinada a un público juvenil, vuelve a dar en la diana, creando un mundo insólito y sorprendente, una Tierra enteramente recubierta por vías de ferrocarril, que transcurren paralelas, se cruzan, se descruzan y tejen una maraña imposible, con los escasos espacios de tierra existentes entre las vías ocupados por una fauna monstruosa y hostil, que acechan a sus presas enterradas bajo el suelo, cómo si se tratara de gusanos de Arrakis.

La novela está narrada con un estilo sencillo, de un modo semi coloquial, en el que el narrador omnisciente a menudo abandona su misión de transcribir los acontecimientos para encararse con el lector, al que trata de tu a tu y con el que entabla un ficticio diálogo, en capítulos de pequeña extensión que, al comienzo del libro, se utilizan para añadir más información de ambientación y, al final, para disertar sobre las cuestiones más peregrinas, el arte de contar historias, por ejemplo, y sobre todo, para poner de los nervios al lector, interrumpiendo el relato en los momentos de mayor emoción.

En el fondo, para lo que sirven estos capítulos es para rellenar las transiciones entre los capítulos más largos. Son un artificio tan curioso como innecesario, como la peculiar grafía de la conjunción “y” que aparece siempre en negrita y que tarda bastante en explicarse.

En este ambiente, Miéville rinde homenaje a sus escritores favoritos, en una historia llena de guiños a Herman Melville, los hermanos Strugatsky, Robert Louis Stevenson y probablemente bastantes más, que no he pillado.

Así que tenemos a un protagonista adolescente e ingenuo, Sham,que viaja como aprendiz de médico en el Medos, un tren caza topos, que persigue toporribles, liderado por una capitán manca, obsesionada con atrapar a un inmenso toporrible blanco. Los esfuerzos de Sham por comunicar sus hallazgos en un pecio descarrilado a una pareja de huérfanos, le pondrán en el punto de mira de piratas y militares corruptos, arrastrándole a un sin fin de peligros.

He encontrado esta novela deliciosa, pero no puedo resistirme a pensar que tal vez Mieville debería haberle dado un par de vueltas más a la historia en su cabeza rapada. Hay un momento en que la trama se bifurca en dos, pero en una de ellas, a pesar de varios encuentros peligrosos, no ocurre nada significativo, permaneciendo sus personajes en reserva, hasta que llega el momento de volver a unificar las tramas. Hasta el autor debió de darse cuenta, porque el narrador bromea bastante con ello.

Los personajes son, quizá, lo más flojo de la novela. Excesivamente sencillos y estereotipados. Las motivaciones de la tripulación del Medos no me parecen muy creíbles, ni siquiera en medio de una novela tan increíble como esta. Me cuesta creer que un grupo de personas posea un compañerismo tan fuerte que les lleve a los extremos a los que ellos llegan para proteger a uno de los suyos, al que no conocen mucho y que tampoco está demasiado interesado en su compañía, dicho sea de paso.

Si bien durante la primera mitad de la novela el ritmo es más pausado y sosegado, en la segunda se acelera de un modo prodigioso. Me resultó prácticamente imposible dejar de leer cuando a las desventuras de Sham se suceden todo tipo de combates, persecuciones y enfrentamientos con bestias gigantes.

El final puede resultar un poco anti climático, sobre todo cuando ha venido precedido de un emocionantísimo combate a tres bandas de los que hacen época, pero, para ser justos, ese final es una chaladura descomunal, una de esas locuras tan gordas que te hacen pensar: “esto sólo se le podía haber ocurrido a China Mieville”. En cierto modo, compensa el anti clímax. Tampoco está tan mal.

En fin, podríamos decir que “El mar de hierro” es una carta de amor a la literatura clásica de aventuras, pasada por el peculiar filtro de la mentalidad de China Miéville. Mucho más fácil de leer que otras obras de su autor, supuestamente mayores. Muy agradable y muy entretenida, cómo suelen ser sus historias cuando no se deja llevar por su ambición. Con algunos curiosos toques de humor y algunas sorpresas espléndidas. La imaginación de este hombre es prodigiosa. Y nosotros que la sigamos disfrutando.

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