“Tiempo de cambios (II)” de Robert Silverberg


En la ciencia ficción abundan ejemplos de sociedades en las que se han prohibido las emociones. Con más frecuencia en el cine y la televisión que en la literatura y, generalmente, con una calidad muy escasa, pero los ejemplos son abundantes. En “Tiempo de cambios” lo que ocurre no es exactamente eso, lo que se ha proscrito en la comunicación de los sentimientos. Lo que no deja de ser una putada. Pocos momentos hay más especiales en la vida que aquellos en los que uno se sincera abiertamente con otra persona en la que confiá totalmente.

Simpatizar con la rebelión de Kinnal Darival es fácil, si es que a lo suyo puede llamarse rebelión. Lo que me preocupa es la herramienta elegida para ello: la droga. Kinnal Darival emplea una droga que sólo puede caracterizarse de mágica que habilita la comunión total entre las mentes de los que la comparten. Las descripciones que hace Silverberg de la experiencia son muy vagas y generales, no intenta hacer al lector partícipe de la misma sino que se centra más en sus efectos posteriores.

Aunque de un modo místico y exagerado, lo que el protagonista hace es emplear una droga para superar las inhibiciones impuestas por su educación. No es algo tan raro, a fin de cuentas, cuando en una reunión de amigos empieza a correr el vino o la cerveza, es habitual que se hagan confidencias que cada cual guardaría en su pecho de otro modo. Exhibirse a sí mismo de un modo total, como se hace en “Tiempo de cambios”, no me atrae. Personalmente, a mi me aterraría que mis amigos conocieran mis fantasías sexuales, por ejemplo, aunque soy consciente de darle demasiada importancia al sexo y de avergonzarme por cosas sin importancia. Pero de un modo más moderado… Con esto quiero decir que la conducta de Kinnal Darival no es tan ajena a nuestro propio mundo, pero si que lo es la devoción que parece expresar hacia la droga. Kinnal Darival llega a afirmar que, si pudiera, obligaría a toda la población a tomarla y no reniega de ella, a pesar de la tragedia que acaba provocando.

¿Es la novela “Tiempo de cambios” una exaltación de la droga? Decir tal cosa es adentrarse en el peligroso terreno de las interpretaciones. Es bien sabido que cada lector tiene la suya y que, muy a menudo, no tienen nada que ver con las intenciones originales del autor. La novela es del 1971. No es de los sesenta, pero por los pelos y los setenta fueron muy herederos de los sesenta. La cruda realidad no había despojado todavía a las drogas del glamour que ofrecían a la generación de la era de acuario. Es fácil ver una metáfora de la juventud hippy estadounidense que se rebela contra la rígida moralidad de su país.

¿Era esa realmente la intención de su autor?

Pues yo no lo tendría tan claro. Empecemos porque no hay que confundir al autor con el personaje. Es Kinnal Darival el que desearía que todo el mundo experimentase las maravillas de la “unión” de mentes, no necesariamente Silverberg. Podemos simpatizar por su rebelión contra el orden establecido, pero ¿en qué consiste esa rebelión? Básicamente en colocarse con sus conocidos, en buscar desconocidos con los que colocarse y en difundir el uso de la droga. Vaya revolución. En el mejor de los casos, se comporta como uno de esos productos de Hollywood que difundían la coca en sus fiestas, en el peor, como un vulgar camello.

Y la droga se cobra su precio. Kinnal Darival no oculta que se obsesionó con ella, que perdió peso y que sus capacidades mentales y su salud se resintieron. En suma, empezó a presentar todos los síntomas de una adicción. En la escena en la que intenta convencer a su hermano de que comparta la droga con él, se parece escalofríantemente a un drogadicto suplicando un pico.

Quizá no sea una exaltación de la droga ni una condena, quizá Silverberg pretendió ser intencionadamente ambiguo, como ambiguo es, más o menos el final de la novela. Quizá sólo pretendiera que el lector se hiciera preguntas.

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